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lunes, 12 de enero de 2009

Destruyendo mitos burgueses

En su libro llamado Mitologias, Roland Barthes desentierra mitos llevados a cabo por la Burguesia.
Los Mitos son costrucciones linguisticas, imagenes,historias o relatos, osea un discurso, que la clase burguesa difunde como "la verdad", " lo natural". Todo se hace pasar como natural, cuando en realidad se trata de cosas naturalizadas. Pero la Burguesia lo intenta establecer en el imaginario colectivo, luego formando el sentido comun generalizado, para poder dominar la conciencia colectiva y por ende los actos personales y sociales de las personas.
Los modos de transmisión son varios, principalmente con la utilización de la información y los medios de comunicacion en general (el cine, la tv, la radio, la publicidad, medios graficos, etc) y tambien las instituciones sociales ( escuelas, universidades, la familia,etc)
Los mitos, segun Barthes, es la toma de un significado previo sobre el cual se construye una nueva significación. La nueva significión siempre escondera su verdadero nacimiento que será oculto de tal manera que las personas nunca tomaran conciencia de este , pero si les quedara grabado como algo natural el nuevo sistema de significación , osea el mito.
Barthes se basa en el pensamiento de Ferdinand De Saussure, lingüista Frances, que realiza su teoria, madre de la semiología Francesa, diciendo que el signo, todo es un signo, esta compuesto por la suma del significante ( imagen acustica) y un significado ( contenido, significado del significante). Por ende en los Mitos que desarrolla Barthes, el signo( primer sistema de significación) es tomado como significante del segundo sistema de significación( el mito), dandole un nuevo significado que será el que la Burguesia impondrá como natural en la conciencia colectiva. Esto le permite a esta clase social seguir dominando , seguir haciendo permanecer su hegemonía cultural sobre el resto de la sociedad.
A continuación uno de los tantos mitos que conforman el libro "Mitologias".





Roland Barthes (Cherburgo, Francia, 12 de noviembre de 1915 – París, 25 de marzo de 1980) Escritor, ensayista y semiólogo francés.
EL USUARIO Y LA HUELGA
De Mitologias (1957)
Todavía existen hombres para quienes la huelga es un escándalo; no sólo un error, un desorden o un delito, sino un crimen moral, una acción intolerable que per­turba a la naturaleza. Inadmisible, escandalosa, irritan­te, dicen de una huelga reciente algunos lectores de Le Fígaro. Lenguaje que en realidad proviene de la Res­tauración y que expresa la mentalidad profunda de ella; época en que la burguesía, recién instalada en el poder, opera una especie de crasis entre la moral y la natura­leza, da a una como fianza, de la otra. Por miedo a tener que naturalizar la moral, se moraliza a la naturaleza, se finge confundir el orden político y el orden natural y se termina decretando inmoral a todo lo que impugna las leyes estructurales de la sociedad que se propone defender. Para los prefectos de Carlos X como para los lectores de Le Fígaro de hoy, la huelga se presenta ante todo como un desafío a las prescripciones de la razón moralizada: hacer huelga es "burlarse del mundo", es decir, infringir una legalidad "natural" y no tanto una legalidad cívica, atentar contra el fundamento filosó­fico de la sociedad burguesa, contra esa mezcla de moral y de lógica que es el buen sentido.
En este caso el escándalo proviene de un ilogismo: la huelga es escandalosa porque molesta, precisamente, a quienes no les concierne. La razón sufre y se subleva: la causalidad directa, mecánica, computable, se podría decir, que ya se nos presentó como el fundamento de la lógica pequeñoburguesa en los discursos de Poujade, esa causalidad, está perturbada. El efecto se dispersa in­comprensiblemente lejos de la causa, se le escapa y eso es intolerable, chocante. Contrariamente a lo que podría deducirse de los sueños pequeñoburgueses, esta clase tiene una idea tiránica, infinitamente susceptible de la causalidad: el fundamento de su moral no es de ningu­na manera mágico sino racional. Sólo que se trata de una racionalidad lineal, estrecha, fundada en una co­rrespondencia que podríamos llamar numérica entre las causas y los efectos. Esta racionalidad carece de la idea de funciones complejas, no imagina la posibilidad de un escalonamiento lejano de los determinismos, de una soli­daridad de los acontecimientos, eso que la tradición ma­terialista ha sistematizado bajo el nombre de totalidad.
La restricción de los efectos exige una división de las funciones. Se podría fácilmente imaginar que los "hom­bres" son solidarios: lo que se opone no es, pues, el hombre al hombre, sino el huelguista al usuario. El usua­rio (llamado también hombre de la calle, y cuyo con­junto recibe el nombre inocente de población; ya hemos visto todo esto en el vocabulario del señor Macaigne), el usuario es un personaje imaginario, algebraico se po­dría decir, gracias al cual se hace posible romper la dispersión contagiosa de los efectos y mantener firme una causalidad reducida, acerca de la cual se podrá razonar tranquila y virtuosamente. Al recortar en la condición general del trabajador un nivel particular, la razón burguesa fragmenta el circuito social y reivin­dica, en su provecho, una soledad que, precisamente, la huelga tiene como objetivo desmentir. La huelga protesta contra lo que se le imputa expresamente. El usuario, el hombre de la calle, el contribuyente, son lite­ralmente personajes, es decir actores, promovidos según las necesidades de la causa a papeles de superficie y cuya misión consiste en preservar la separación esencia-lista de las células sociales que, como se sabe, fue el primer principio ideológico de la revolución burguesa.
Y aquí reencontramos un rasgo constitutivo de la mentalidad reaccionaria que radica en dispersar a la colectividad en individuos y al individuo en esencia. Lo que el teatro burgués hace del hombre psicológico al po­ner en conflicto al viejo y al joven, al cornudo y al amante, al sacerdote y al mundano, los lectores de Le Fí­garo también lo hacen con el ser social. Oponer huel­guista y usuario es constituir el mundo en teatro, extraer del hombre total un actor particular y confrontar a esos actores arbitrarios en la falsedad de una simbólica que simula creer que la parte es sólo una reducción perfecta del todo. Esto participa de una técnica general de misti­ficación que consiste en formalizar, en la medida de lo posible, el desorden social. Por ejemplo, la burguesía afirma que no se inquieta por saber quién está equivo­cado o quién tiene razón en la huelga. Después de haber dividido entre sí los efectos para aislar mejor el que le preocupa, pretende desinteresarse de la causa: la huelga se reduce a un incidente aislado, a un fenómeno que no merece ser explicado. De esta manera se logra poner más claramente de manifiesto el escándalo que produce. El trabajador de los servicios públicos al igual que los funcionarios serán marginados de la masa laboriosa, como si la calidad de asalariado de esos trabajadores fuera atraída, fijada y después sublimada en la superfi­cie de sus funciones. Esta disminución interesada de la condición social permite esquivar lo real sin abandonar la ilusión eufórica de una causalidad directa, que sólo comenzaría desde donde a la burguesía le resultara có­modo hacerla partir. Así como el ciudadano se encuentra reducido de golpe al puro concepto de usuario, los jóvenes franceses movilizables se despiertan una mañana evaporados, sublimados en una pura esencia militar. Esencia que, virtuosamente, será mostrada como punto de partida natural de la lógica universal. El estatuto militar se convierte así en el origen incondicional de una causalidad nueva, más allá de la cual, en adelante, será monstruoso querer remontarse. Cuestionar las normas militares no puede ser, en consecuencia, el efecto de una causalidad general y previa (conciencia política del ciu­dadano), sino sólo el producto de accidentes posteriores al nacimiento de la nueva serie causal. Desde el punto de vista burgués, el hecho de que un soldado rehúse partir sólo puede ser cosa de manipuladores o producto de la borrachera; como si no existieran otras muy buenas razones para ese gesto. En esta creencia la estupidez rivaliza con la mala fe; es evidente que el cuestionamiento de una norma sólo puede encontrar expresa­mente raíz y alimento en una conciencia que toma dis­tancia en relación a esa norma.
Se trata de un nuevo estrago del esencialismo. Es lógico, pues, que frente a la mentira de la esencia y de la parcelación, la huelga establezca el devenir y la verdad del todo. La huelga significa que el hombre es total, que todas sus funciones son solidarias unas de otras, que los papeles de usuario, de contribuyente o de militar son murallas demasiado débiles para oponerse al contagio de los hechos y que dentro de la sociedad todos se vinculan con todos. Al protestar porque esa huelga le molesta, la burguesía da testimonio de la cohesión de las funciones sociales, cuya mostración es parte, justamente, de los objetivos de la huelga. La paradoja consiste en que el hombre pequeñoburgués invoca lo natural de su aislamiento, en el momento preciso en que la huelga lo doblega bajo la evidencia de su subordinación.


ROLAND BARTHES; en “MITOLOGÍAS”, 12ª edición en español, 1999 © siglo xxi editore
 
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